jueves, 20 de junio de 2019

Los bancos vacíos



Te besé por primera vez en calles medievales, frente una torre sembrada de hiedra sin hojas, preludio de lo que vendría. Me dijiste que no me enamorara mientras me besabas con los ojos más abiertos que he visto, pendientes de si alguien pasaba. No fue el mejor beso que di, pero al menos fue un comienzo. Tu ex novio no paraba de llamarte, tu madre, tu hermana y no querías responder ¿acaso yo era en ese momento lo que más deseabas? Te rodeaba con mis brazos y parecía que nunca llegarían a tu cintura, fina, pero tus labios fuertes, repletos de carne y juventud compensaban. Decidimos no cenar, ya teníamos bastante con comernos y el frío sin postre estaba servido. No estuvimos mucho tiempo en esas calles, al menos no me lo pareció, debíamos volver, llevarte a tu casa, antes de que sospecharan, de que preguntaran demasiado y no verte obligada a mentir, o a callar más de la cuenta, eso siempre se te dio bien.


La retahíla de semáforos en verde ayudaban involuntariamente a que el viaje se acortara, te decía que tú eras la suerte que hacía que los transistores se abrieran a nuestro paso mientras maldecía en mis adentros por no parar un segundo y probarte de nuevo. El viaje no se midió en kilómetros si no en tocarte la rodilla, el muslo, tomarme de la mano, besármela, Dios... esos labios, un juego entre tus dientes y mis nudillos, algún beso en mi mejilla, algún susurro al oído, tus plegarias para que cantara la canción de la radio, tus uñas chocando con las mías y descansar mi mano en tu regazo.


Llegamos a tu ciudad pero esta vez yo gané, ganamos, una luz roja alumbraba el parabrisas, el punto muerto delataba que mi coche pasó sus mejores años y nuestras salivas se volvían a mezclar hasta que una bocina las separaba. No hubo un adiós ni beso de despedida, ni siquiera paré frente a tu puerta, lo habíamos acordado minutos antes, en la excusa de quedar con tu amiga no cabía que un chico te acompañara a casa ni todo lo demás.


En mi regreso concluí que ese día había vivido, que había cambiado mi interior, que podía estar con alguien sin el dulce tormento, que no es tan importante el ser recto y es posible conservar la dignidad y tu olor en mis dedos era el olor del triunfo.