martes, 22 de febrero de 2011

Un cuento más...



Creció en un barrio chino de una ciudad costera china con un nombre chino. Las calles de este barrio estaban embarradas y tenían farolas de petróleo. Él tenía la cara tiznada y sus tripas siempre le sonaban pero nunca dejaba de reir y mostrar los huecos de su dentadura donde antes había dientes. Le llamaban el Sonrisa. Tenía una ilusión... más que ilusión era un sueño... quería volar y alcanzar las estrellas. Total es nada... en una época donde los caballos tiraban de los carros no podía haber medios para volar y menos aún alcanzar las lejanas estrellas. Tenía un pasatiempo y era pasar las tardes viendo cómo zarpaban y llegaban barcos del puerto... enormes y pesados barcos mercantes con sus tripulaciones hoscas y con malos modos. Imaginaba lanzaderas que propulsaran a los barcos para hacer que con la inercia llegaran más veloces a sus destinos, extraños aparejos para extraer carbón de las minas, redes inteligentes para pescar muchos más peces sin matar a las crías.... No le faltaba imaginación y la más inverosímil historia para él era posible.

El Sonrisa una noche tuvo un extraño sueño, un pez le hablaba, un pez gigante con aletas enormes y escamas plateadas parecidas al acero. Apareció cuando las aguas del puerto estaban tranquilas y justo al lado del muelle donde él se solía sentar. En ningún momento se sintió asustado pues este pez tenía una voz grave y agradable como la de su abuelo que había muerto un año antes y le solía contar historias fantásticas antes de dormir, así que le resultaba familiar. En este sueño el pez le desveló un lugar donde encontraría algo que le cambiaría la vida y le llenaría de por vida el estómago casi siempre vacío. A la mañana siguiente se levantó incluso antes que sus padres, puso en un paño un poco de pan con queso lo relió y sin decir adiós marchó al lugar que le había indicado el pez. Recordaba vagamente las instrucciones pero con decisión él caminaba y contaba los pasos en cada dirección que le había dicho el pez... 200 pasos al frente, 1500 a la derecha, sube 50 escalones, 30 esquinas, toma el sendero hasta que no haya más acacias, después camina 365 pasos dejando el mar a la derecha... así pasó toda la mañana hasta que finalmente llegó al lugar. No había nada que lo hiciera especial, sólo el mar estaba cerca y había algunos setos alrededor, pero nada que indicara que allí pudiera haber un tesoro, un campo de fuerzas que lo hiciera indestructible o una bonita vista, pero confiado en que era el sitio correcto se puso a excavar con lo que pudo. Cuando ya las fuerzas le flaqueaban notó un sonido metálico y hueco. De repente le salieron las fuerzas de donde no había y consiguió sacar una caja oxidada con unos bonitos dibujos de faisanes pero casi irreconocibles por el paso del tiempo. La abrió y encontró un mapa un tanto extraño porque estaba lleno de puntos marcados y al igual que en el sueño le indicaba el recorrido para llegar a sitios distintos. Pese a sentirse extenuado cogió el mapa y se puso a recorrer todos los puntos pero era curioso... en cada uno debía recoger cosas distintas, en uno una vara de bambú de 10 pies de longitud, en otro una hoja de palma, en otro una liana, así hasta recopilar un montón de cosas inservibles. Al final del día no podía pensar, estaba tan cansado y era tan tarde que cuando recogió lo último cayó rendido en la playa y durmió como un tronco, pero el pez nuevamente se le apareció. Le dio instrucciones claras sobre qué hacer con cada cosa encontrada. Con los primeros rayos de sol el Sonrisa se despertó y encontró cerca de la orilla una cesta rebosante de ostras, coquinas, almejas y dio buena cuenta de ello hasta que se sació, pero … ¿quién podía haber traído eso allí?... el pueblo más cercano se encontraba a horas de camino y nadie sabía dónde se encontraba. Sin perder tiempo, con todas las cosas que recolectó el día anterior, empezó a armar un artilugio parecido a unas alas de ave y en cuanto acabó, sucedió algo, a lo lejos en el mar, saltando a una velocidad vertiginosa y resplandeciente como un espejo venía el pez de sus sueños. El Sonrisa estaba estupefacto al ver semejante animal realizando esas acrobacias tan precisas y fugaces, el agua salpicaba a cientos de metros en cada caída y se formaban remolinos como tornados de agua en cada giro. Finalmente el pez se acercó a la orilla y se presentó. Soy Plata y veo que has hecho muy bien tu trabajo. Extrañado el Sonrisa le preguntó -pero ¿que hacer con estas alas? no puedo moverlas como los pájaros para poder volar si es que de eso se trata todo este misterio. No te preocupes por eso - respondió Plata. De repente dio un brinco y regresó a las profundidades del mar. Al cabo de un rato volvió con una larguísima cuerda hecha con algas de mar y le dijo a el Sonrisa. Ata el extremo de esta cuerda a las alas. Sin entender muy bien el Sonrisa hizo lo que se le mandó. ¡LISTO! - dijo cuando acabó. Ahora pon las alas mirando al mar y súbete a ellas. El Sonrisa ni rechistó. ¡AGÁRRATE! Fue la última palabra que Plata dijo antes de coger el otro extremo de la cuerda, morderlo con su formidable boca y nadar hacia mar adentro. Al poco la cuerda comenzó a estirarse y las alas empezaron a moverse y a entrar en el mar arrastradas. La estructura del artilugio estaba aguantando bien... en realidad había hecho un buen trabajo en su construcción. Las alas se iban adentrando cada vez más en el mar y a una mayor velocidad hasta que una ola hizo que diera un salto y se separó de la superficie para empezar a planear ¡ESTOY VOLANDOOOOO! Dijo el Sonrisa con la mayor sonrisa que nunca ofreció. Fue en ese momento cuando Plata comenzó a nadar a su máxima velocidad y como los fuegos artificiales que tanto le gustaba ver comenzó a subir y subir, más alto que las gaviotas, más alto que las nubes, más alto que la cosa más alta que había visto. La cuerda de algas debía ser larguísima porque no paraba de subir. Y llegó el momento, miró hacia abajo y pudo ver toda la tierra a sus pies. Su inmenso imperio ya no parecía tan grande, los bosques apenas eran manchas verdes, los ríos eran como refileras de hormigas azules, las montañas pasteles de merengue como los de las pastelerías que él miraba babeando. Todo era tan pequeño desde ahí arriba, todo era tan frágil y hermoso. Y reparó en una cosa... ¿y las estrellas? Estaba más cerca que nunca de ellas, ¿podría tocarlas y guardarse alguna? Se tumbó boca arriba en las alas y vio la negrura más perfecta que se pueda imaginar y las estrellas con su halo de luz más limpio jamás visto. No las podía alcanzar pero si hubiera podido no las tocaría ni se guardaría alguna, comprendió que allá donde estuviesen era su lugar, su hogar y no podrían estar mejor en ningún otro sitio que allí, formando constelaciones en la inmensidad del caos. Estaba tranquilo y completamente feliz, había llegado más allá que cualquier otro hombre, estaba en contacto directo con el universo, había visto cosas que nunca nadie había visto. Las alas comenzaron a descender y se despidió de su sueño. Plata redujo la velocidad poco a poco para que el aterrizaje no fuese brusco y no hubo ningún problema de vuelta al mar y a la playa. No parecía cansado tras el prolongado esfuerzo que había hecho, era una bestia magnífica y poseía una fuerza incomparable. ¿Por qué yo Plata? ¿por qué me has elegido a mi para este viaje?- preguntó el Sonrisa. Fuiste tú porque ante la adversidad siempre das tu mejor cara, porque eres capaz de mirar más allá, porque sueñas.

La banda sonora a este cuento ponedla vosotros.

viernes, 18 de febrero de 2011



Últimamente no me sale nada digno para escribir, me encuentro en barbecho... pero leo y leo y no puedo parar de leer, quitar un libro de la mesilla es como verla vacía.

Muchos son los goces de este mundo: mujeres, frutas, ideas. Pero hender las aguas de este mar, en el tierno otoño murmurando el nombre de cada isla, supera a toda otra alegría y abre en el corazón del hombre un paraíso. En ninguna otra región pasa uno tan serena, tan fácilmente, de la realidad al ensueño. Todo límite se sutiliza y en los mástiles de la más vetusta embarcación brotan ramilletes y racimos. Dijérase que aquí, en estas tierras de Grecia, el milagro es la flor de la necesidad. (Zorba el Griego, Nikos Kazantzakis)

Creo que no os lo dije... FELIZ AÑO, un día tras otro